Una práctica esencial para disminuir el cambio climático y posibilitar el desarrollo de los países desfavorecidos.
Cultivar en el desierto puede parecer anecdótico, pero no lo es. Más de la mitad de las tierras cultivables del planeta son áridas o viven bajo la amenaza de la sequía. En los próximos años, podría ser incluso peor: el cambio climático provoca la reducción de las precipitaciones y el aumento de las temperaturas globales. La agricultura en el desierto proporciona alimentos a millones de habitantes y la recuperación de espacios naturales. Países como Somalia, Etiopía, Níger, Egipto, Israel o Chile demuestran que la innovación y el uso de técnicas sencillas hacen posible el cultivo de diversas especies.
Las ventajas ecológicas y sociales de aprovechar zonas desérticas para su uso agrícola son diversas: los suelos se vuelven más fértiles y se reduce la erosión, un problema ecológico que ha aumentado en los últimos años; se mitigan los efectos del calentamiento global; los habitantes de estas zonas logran un recurso alimentario y económico que mejora sus condiciones de vida, en especial de los más desfavorecidos, y evita el éxodo rural a las grandes ciudades.
Masanobu Fukuoka, uno de los pioneros de la agricultura sostenible, emprendió hace unas décadas un sistema de cultivo que ha recuperado regiones áridas de Somalia y Etiopía. Según este experto, el desierto puede ofrecer los recursos necesarios si se siguen unos métodos naturales sencillos. Fukuoka asegura que si los países ricos quisieran ayudar a los subdesarrollados no les deberían enviar alimentos, sino semillas para que sus habitantes tuvieran sus propios cultivos.